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Chicles: Un hábito que no es tan inocente

Uno de los principales problemas es la composición química del chicle moderno.

Foto: Shutter

Masticar chicle es una de esas costumbres que pasan desapercibidas. Está en el bolsillo de los estudiantes antes de un examen, en la bolsa de los que quieren calmar la ansiedad, en la boca de quien intenta dejar de fumar o evitar un antojo dulce. Pero aunque su envoltorio prometa frescura, dientes más blancos y cero calorías, lo cierto es que el chicle podría no ser tan inofensivo como creemos.

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Durante años se ha vendido como una alternativa más saludable frente a los snacks tradicionales. Después de todo, no se traga, tiene ediciones sin azúcar y ayuda a mantener la boca ocupada. Sin embargo, detrás de ese acto repetitivo de masticar se esconde un cóctel de ingredientes artificiales y efectos secundarios que pocos consideran.

Uno de los principales problemas es la composición química del chicle moderno. La base, lo que le da elasticidad, no es otra cosa que una mezcla de polímeros sintéticos, resinas, ceras y plastificantes, algunos de los cuales tienen parentesco con materiales industriales. A esto se suman endulzantes artificiales como el aspartame, el sorbitol o el xilitol, que si bien permiten evitar el azúcar, no están exentos de controversia por sus efectos sobre la salud intestinal y el metabolismo cuando se consumen en exceso.

“El chicle estimula la producción de saliva, lo cual puede parecer bueno, pero también engaña al sistema digestivo”, explica la nutricionista Carolina Cedeño. “El cuerpo se prepara para recibir comida real que nunca llega. A largo plazo, esto puede alterar procesos como la secreción de enzimas y la percepción de hambre”.

Además, está el factor mecánico: masticar constantemente puede generar tensión en la mandíbula, provocar dolores musculares o incluso desencadenar trastornos como el bruxismo. En algunos casos, se ha observado que el consumo excesivo de chicle puede causar hinchazón abdominal o gases, especialmente si contiene polioles, un tipo de edulcorante que fermenta en el intestino.

Otro punto que suele pasarse por alto es el impacto ambiental. A diferencia de lo que muchos creen, el chicle no es biodegradable. Esa pequeña goma que se tira descuidadamente en la calle puede permanecer durante años adherida al pavimento, representando un verdadero problema urbano. Ciudades como Londres o Ciudad de México gastan millones en su limpieza.

Entonces, ¿deberíamos dejar de masticar chicle por completo? No necesariamente. Como todo, el problema está en la frecuencia y la cantidad. Un chicle ocasional difícilmente hará daño, pero convertirlo en hábito puede traer consecuencias que pesan más que ese aliento fresco que promete.

Lo que parecía un simple pasatiempo o un recurso para calmar el estrés, puede tener más implicaciones de las que se pensaba. El chicle, con su sabor dulce y su envoltorio brillante, es un recordatorio de que no todo lo que parece inofensivo realmente lo es.

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