Para los boricuas, pocas cosas despiertan tanta pasión y orgullo culinario como unos tostones recién fritos, dorados, crujientes y, si es posible, perfumados con ajo.
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Esta delicia tradicional, hecha a base de plátano verde, no solo acompaña emblemáticos del país, sino que también protagoniza las combinaciones chinas y los chinchorreos.
El ritual de preparar tostones en Puerto Rico comienza con la selección del plátano perfecto: verde, firme y sin señales de maduración. Se pela, se corta en trozos gruesos, se fríe hasta que toma forma, se aplasta cuidadosamente en una “tostonera” —herramienta que muchas familias atesoran por generaciones— y se vuelve a freír hasta alcanzar esa textura irresistible que cruje al primer bocado.
Pero la verdadera magia ocurre cuando, apenas salen del aceite, los tostones se espolvorean con sal y se untan generosamente en una mezcla de ajo machacado.
El ajo fresco, al contacto con el calor del plátano, libera su aroma y sabor, elevando el bocado a otro nivel.
Sin embargo, ningún amante de los tostones puede hablar de ellos sin rendir homenaje a su acompañante predilecto: la salsa mayo-ketchup.
Esta sencilla pero icónica salsa —mezcla de mayonesa, ketchup y, en algunas casas, un toque de ajo o aderezo secreto— es inseparable de la experiencia.
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De hecho, para muchos puertorriqueños, no existe tal cosa como “comerse unos tostones” si no están acompañados de un buen baño de mayo-ketchup casero.
Más allá de su sabor, el binomio tostones y mayo-ketchup representa algo profundamente boricua: el ingenio, la sencillez y la celebración de los pequeños placeres de la vida.
Incluso, hasta en la alta cocina reinterpretan el plato en versiones sofisticadas, pero los tostones al ajo siguen conquistando corazones y manteniendo vivo un pedacito de la herencia culinaria de Puerto Rico.
Porque para un boricua, un tostón bien hecho no es solo comida. Es un pedazo de identidad, un crujido de historia, y un abrazo de sabor que siempre sabe a casa.