Si alguna vez has ido al supermercado y te has preguntado por qué algunos pollos tienen la carne más amarilla y otros más blanca, no estás solo. Esta diferencia de color ha generado todo tipo de teorías: que si uno es más saludable, que si el otro es más natural… Pero, ¿qué hay de cierto en esto? La respuesta está, literalmente, en lo que comieron las aves.
La carne de pollo amarilla suele deber su color a la alimentación del animal. En la mayoría de los casos, estos pollos han sido alimentados con maíz, cúrcuma o ingredientes ricos en carotenoides, como la flor de cempasúchil o alfalfa, que tiñen naturalmente la piel y la grasa del ave. Este tipo de alimentación no solo altera el color, también puede aportar ligeros cambios en el sabor y textura, haciéndolos más jugosos o aromáticos, según algunos consumidores.
Por otro lado, el pollo blanco es el resultado de una dieta más neutra, generalmente a base de granos refinados como trigo o soya, y en ocasiones bajo sistemas de crianza intensiva. Su color más pálido no implica que sea menos nutritivo, pero sí suele estar asociado a métodos de producción más industrializados.
Desde el punto de vista nutricional, ambos tipos de pollo pueden tener un perfil similar en cuanto a proteínas, aunque las diferencias en grasa, sabor o textura pueden variar según la alimentación y el tipo de crianza. Lo que sí es importante resaltar es que el color no determina directamente la calidad, sino que es un indicativo de factores como la dieta del animal, el tiempo de engorde o el manejo del productor.
En Puerto Rico, el pollo amarillo suele generar una sensación de cercanía cultural, ya que durante décadas fue el más común en mercados locales y en la crianza casera. Hoy día, su presencia puede evocar lo tradicional, lo “de campo”, y sigue siendo el favorito para muchos a la hora de cocinar arroz con pollo, sopas o asopao.
En resumen, la diferencia entre un pollo amarillo y uno blanco no es solo visual: es una ventana a su origen, al tipo de alimentación que recibió y, en muchos casos, a nuestras propias costumbres en la cocina.